jueves, 13 de mayo de 2010

OTREDAD

EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA Y EL PROBLEMA DEL OTRO

El encuentro de las culturas prehispánicas con la cultura europea, después de que ambas se revelaran mutuamente, ocasionó el problema del “otro” en el Nuevo Mundo. Es decir, luego del contacto de los europeos occidentales, cristianos y blancos con seres distintos, surgió una duda, cómo reconocerían la alteridad de aquellos que eran diferentes. En ese plano el “otro” se presentó como ese ser distinto, anómalo, poseedor de una identidad negativa y una realidad menor. El “otro” desde este momento aparecerá con un papel secundario en la historia, a causa de la subordinación que le tocó vivir de manera fortuita. Por tanto, el nuevo ser aparece bajo la condición de dominado, atrasado, pagano y de menor cualidad.
Desde que el almirante genovés don Cristóbal Colón llegó a tierras desconocidas, vislumbró y tuvo una enorme necesidad por describir, idealizar, clasificar o suponer como eran eso seres que se diferenciaban de ellos por lo que hoy conocemos como rasgos culturales, ideológicos, físicos e históricos. Por tanto, Colón ayuda a construir un imaginario de ese “otro”. Generalmente, las preguntas que se formula cuando uno se halla frente a alguien que es diferente a uno mismo son: ¿Qué es el “otro”? ¿Quién es el “otro”? ¿Quién soy yo y cómo me posiciono frente al “otro”? De este modo, Cristóbal Colón de acuerdo con lo que vio ideó al buen salvaje quien pronto, según la percepción del mismo, se volvería cristiano.
Por consiguiente, nuestro hábil navegante genovés cuando se encuentra con algunos de sus habitantes en esta sorprendente tierra, dice: “son gentes sin mal, ni guerra; desnudos todos, hombres y mujeres, como su madre los parió; verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente, tan grande que les cubre su natura y no más, y son ellas de muy buen acatamiento” (Acosta, 2002: 64). Los aborígenes eran buenos, posiblemente no lo confrontaron ni a su tripulación. Por eso, creyó que eran salvajes pero de indulgencia absoluta. Acaso también las tierras halladas serían un paraíso, puesto que su belleza era inigualable, en ningún sentido comparable por las conocidas por él.
Luego vuelve a insistir sobre la natural bondad de los nativos, en seguida el navegante genovés presupone “que son personas devotas, religiosas, que luego se tornarían cristianos” (Ibid.). Esto es, él mantuvo la empresa descubridora por la “imperiosa necesidad moral de incorporar a esa gente oceánica al orbe del cristianismo” (Buxo, 1998:28). De alguna manera, el fin que persiguió Cristóbal Colón fue siempre propagar la santa fe, de ahí la importancia de procurarles la salvación a los no cristianos.
El buen salvaje, en este caso, es una representación que se creó del “otro”. Claramente, el hombre que realizó el hallazgo de una cuarta parte, percibió en los aborígenes que halló a seres humanos amables y dóciles, no se topó como se creía con “monstruo alguno, sino gentes de mucho obsequio y bondad” (Ortega, 1991:24). Es más, en su diario comenta: “se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos, porque no tienen secta alguna, ni son idólatras”. Colón estuvo conciente de que con esas elucidaciones, se podría integrar a ese “otro” a un ambiente cristiano, occidental.
Más tarde y de forma contradictoria a la imagen que nos había presentado antes, brinda una personificación del mal salvaje, este es, el vil bárbaro de naturaleza feroz, perversa y bestial. Colón lo representa como un caníbal “que se alimenta de carne humana y guerrea contra los indios inocentes, tímidos, generosos y mansos”. Este imaginario que crea Cristóbal Colón servirá a los conquistadores y los colonizadores para incorporar o extinguir a la población indígena.
Dicha idea será retomado más tarde por los españoles para justificar e imponer su dominio, quienes no aceptaron a Dios, nuevas formas de vida y de subordinación, un proceso de aculturación y una garantía que los limitaba a estadios menores en comparación a sus dominares, tuvieron que ser castigados, extinguidos, clasificados y creados como “otros” que siendo distintos al dominador tenían que ser sometidos, ya que para los ojos del europeo eran primitivos.
En sí el “otro” causaría revuelo no sólo entre los navegantes, conquistadores y cronistas que llegaron a América. La mayor parte de personas que vivían en el Viejo Mundo también sentían necesidad por conocer al ser extraño que habían descubierto, deseaban ver si éste tenía naturaleza salvaje, acaso había seres casi como animales, quizá lo que decía el mágico mundo medieval no era del todo cierto. En las antípodas qué clase habitantes existían, cómo podían catalogar a pueblos no cristianos. Colón les brindaba descripciones de los aborígenes, pero me imagino que anhelaban sorprenderse por cuenta propia.
En 1493 cuando Cristóbal Colón regresó a Sevilla, un Domingo de Ramos, llevó consigo papagayos, diez indios y oro. La gente se junto en las calles sentía una enorme curiosidad de encontrarse frente al “otro”. “Querían ver los indios. Iban desnudos. La piel canela y lustrosa: no amarilla como se decía de la de Cipango. No sabían qué era mejor, si los indios o los papagayos. Se agolpaban las gentes al paso, saliendo de las ventanas y posadas. Se formaban nudos a la entrada de los pueblos” (Arciniegas, 2002:214). En este sentido, el “otro” aparece como el ser de naturaleza extraña, aún desconocido por la mayoría e idealizado hasta ese momento por Colón.
El padre Bartolomé de las Casas defendió a esos “otros”, pues se siguió cuestionando aún si los nativos eran hombres o bestias, tenían alma o no. De facto, existió todo un debate entres éste y Ginés Sepúlveda. Este último hizo un comentario decisivo sobre lo que eran los indígenas, con sus palabra fue contundente, pues él menciona que: “con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo é islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores á los españoles” (Osborne, 2006: 290). Claramente, Sepúlveda justificaba la opresión de los “otros”, o sea, de los indios por parte de los dominadores, entonces, el “otro” es ese ser que tiene que vivir subsumido porque en conducta, creencias, color de piel es inferior al amo y señor español.
Bartolomé de las Casas criticó a los opresores y exigió la liberación de los indios. Éste refutó que aquellos seres fuesen siervos a natura. Sin embargo, incluso, él sumo defensor de los indios en Nueva España en su Apologética Historia Sumaria, realizó una clasificación de cuatro especies de bárbaros. En efecto, él también consideraba a los indios de América como seres humanos de segunda mano. Así pues, con la llegada del héroe civilizador al cuarto continente, la naturaleza de los “otros” fue limitada y constreñida dentro de los limites de lo europeo.
Entre estas categorizaciones realizadas por Las Casas y aplicadas a los pueblos amerindios encontramos en primer lugar a las poblaciones que carecían de palabra, en este caso, los que no hablaban latín pertenecían a un estadio inferior. “Los españoles aseguraban, por ejemplo, que los pueblos indígenas del Nuevo Mundo “carecían” de las palabras adecuadas para nombrar a Dios, una entidad cuyo nombre adecuado y verdadero se encontraba en latín” (Mignolo, 2005:44).
Igualmente los “otros” entraban dentro de lo bárbaro porque no eran cristianos, antes de la llegada de los españoles, estos seres no conocían la verdadera fe, según el punto de vista del hombre del siglo XVI. Esto es, los naturales tenían ídolos, traían las insignias del demonio, no todos querían tomar el evangelio, algunos se resistían a la evangelización. Aunque Las Casas fue una de las personas más críticas con la codicia de los españoles a quienes no les importaba lacerar y cometer vejaciones contra los indígenas con tal de obtener riqueza no dejó de creer que las personas que habitan la cuarta parte del orbis terrarum pertenecían a otro rango menor en comparación del europeo cristiano.
El “otro”, en este caso, el amerindio aparece como ese ser negado, oprimido, subsumido, quien por ser distinto a los estándares europeos es calificado de inferior. Él es diferenciado por los demás por qué llegó tarde a la historia, no fue conocido por los europeos como sí lo fueron los africanos y asiáticos hasta 1492. Además, con el supuesto descubrimiento de América también se reveló al “otro”, se creó un imaginario del mismo. A partir de entonces éste desempeñó el rol de indio, bárbaro, incivilizado, su cultura fue desplazada por oponerse a las concepciones europeas, su mundo fue creado a semejanza del de los dominadores. Al “otro” sólo le quedó resignarse a pesar de las arbitrariedades que cometieron con él, pues le hicieron saber que sus antiguas formas vida y creencias atentaban contra el progreso.
Finalmente, Hegel nos otorga una imagen del Nuevo Mundo y de los nuevos seres. En sus palabras, mientras la vegetación americana “es monstruosa, su fauna es endeble, e incluso el canto de sus pájaros es desagradable. Los aborígenes americanos son una raza débil en proceso de desaparición. Sus civilizaciones carecían de los dos grandes instrumentos del progreso, el hierro y el caballo” (Lander, 2005:20). Por tanto, con la idea del descubrimiento de América el “otro” tuvo que aceptar su condición deshonrosa, su inmadurez y su juventud, el indígena americano desde 1492 ha sido considerado como débil, menor y atrasado. El descubrimiento, la conquista y la colonización de América envuelven una parte oscura, conocida como herida colonial. A raíz de del descubrimiento, conquista y colonización surgió la categorización de gente en inferior y superior, la apropiación del todo el mundo, el fomento imperante de los estilos de vida y pensar occidentales y por último la creación del “otro” como ser de una realidad menor.

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